Taller de Lectura: «La extrema derecha y el antifeminismo en Europa»

17 de noviembre a las 18:00 horas

Salón de actos «1º de Mayo» en la calle Calera 12 de Burgos

Con motivo del 25 de noviembre, día internacional contra la violencia machista el Grupo de Feminismo y Género del Sindicato Único de Burgos organiza un taller de lectura sobre «La extrema derecha y el antifeminismo en Europa».

El taller tendrá lugar el próximo miércoles, día 17 a las 18:00 horas en el salón de actos «1º de Mayo» en la calle Calera 12 de Burgos.

A continuación el texto de Amelia Martínez Lobo, Periodista y Project Manager en la Fundación Rosa Luxemburg (Madrid), «Migraciones, antifascismo y feminismo», que será la lectura a debatir.

La lucha sigue

Sí, el feminismo es la vacuna contra el fascismo, también el muro de contención y su desafío. Porque si hay algo que aglutina y vertebra a las diferentes extremas derechas no es sólo su agenda misógina y su antifeminismo, sino su intento de cambiar el marco y convencer a parte del sujeto que apela este masivo movimiento que se ha levantado a lo largo y ancho del planeta. Sí, el feminismo es, sin duda, el caballo de batalla de la llamada “internacional reaccionaria postfascista”.

Si bien entre las extremas derechas hay diferentes visiones y estrategias para atacar los derechos de las mujeres, todas tienen como objetivo minar los derechos conquistados. La defensa del rol tradicional de la mujer no es la única expresión anti-feminista de la ultra-derecha. La supuesta defensa de los derechos de las mujeres -blancas, por supuesto- liderada por el partido de Lepen y secundadas por figuras femeninas influyentes en nuestro panorama político-mediático no es otra cosa que un “PinkWashing”. Detrás de esta “defensa” de nuestros derechos esconden su agenda xenófoba, islamófoba y punitivista. Porque su manera de defender la libertad y seguridad de las mujeres se consigue, según ellos, endureciendo el código penal y creando una campaña de criminalización de las personas migrantes, fundamentalmente de los menores no acompañados (no MENAS), que no dudan en sacar a pasear en cada momento electoral. Cosa, por otro lado, que puede parecer contradictoria. Es curioso que los miembros de VOX, incluidas las mujeres, nieguen sistemáticamente la violencia machista y al mismo tiempo en cada mitin cuenten esa historia de “la señora que no se atrevía a salir de casa porque le atacan y abusan de ella” (véanse algún mitin para contrastar las diferentes versiones) con intención de criminalizar y acusar a los migrantes de ser violadores en manada.

Según señala la periodista y antropóloga Nuria Alabao, la principal novedad de los partidos de extrema derecha, que empezaron a resurgir como respuesta al Mayo del 68, es presentar a los inmigrantes como agresores sexuales. Ejemplos de estas acusaciones infundadas hay muchos, pero tal vez el más significativo fue el de la Nochevieja de 2015 en Colonia. El objetivo de este falso discurso es vincular lo material con la idea de inseguridad. “Dicen que los problemas materiales de la sociedad son por una crisis de valores, no por el neoliberalismo. Y vinculan su propuesta de inseguridad con la vuelta al tradicionalismo, a la familia tradicional heteronormativa que se hace cargo del trabajo de cuidados”. Alabao considera que la precariedad ha beneficiado a la extrema derecha y sostiene que, a pesar de que las políticas racistas existen desde hace tiempo, “la retórica racista no tenía espacio, algo que ahora sí sucede”.

Siguen al dedillo a Goebbels en eso de que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”, aunque los datos oficiales demuestran que la violencia machista no entiende de nacionalidades. Porque para las extremas derechas el uso de una mentira no debe ser analizado y evaluado desde el prisma de la moralidad, sino desde el hecho de extraer, en este caso, miedos, inseguridades y odio en la sociedad. Como también confirman Fernández y Torres en su artículo «La mentira como industria y estrategia en la era digital»: “la difusión de noticias falsas y la manipulación de la información se ha utilizado en campañas electorales, en publicidad y en estrategias comerciales”. Cada vez suena más familiar y peligrosa esta estrategia.

La ‘necropolítica’ es la política basada en la idea de que unas vidas tienen valor y otras no. Y las derechas lo defienden cada día. Porque fomentar o no ciertas políticas públicas es hacer necropolítica. Porque negar la violencia machista, invisibilizarla y eliminar los presupuestos destinados a luchar contra ella es hacer necropolítica.

Porque acusar y encauzar el odio de las y los que peor lo están pasando hacia niños migrantes es hacer necropolítica. Y tiene una gran capacidad de atracción. A VOX no le ha hecho falta gobernar para conseguir impulsar su agenda. No sólo ha definido con sus posturas las campañas. En Andalucía, el Partido Popular ya ha cedido ante Vox, a cambio de su apoyo a los presupuestos autonómicos, creando un teléfono de atención a víctimas de violencia ‘intrafamiliar’, como reclamaba el partido de ultraderecha. La consecuencia directa es que se eliminó el teléfono 016 de atención a mujeres maltratadas.

De nuevo Alabao, en el capítulo "Las guerras de género: La extrema derecha contra el feminismo” del informe «De los Neocón a los Neonazis. La derecha radical en el Estado español» publicado por la Fundación Rosa Luxemburg nos explica cómo “la principal estrategia neocon fue la de confrontar directamente con los temas que mayor consenso generan en la izquierda, que se desplegó sobre todo a partir del primer Gobierno del socialista José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2008). Esta ofensiva estuvo destinada a hacer una oposición frontal a algunas de las medidas estrellas de este Gobierno, la mayoría de las cuales se pueden encuadrar dentro de las temáticas de género: ley de matrimonio homosexual (2005); reforma de la ley del aborto para una formulación menos restrictiva (2010) y la ley de educación (2006), que incluía la educación sexual, la formación en igualdad de género, diversidad familiar y lucha contra la homofobia en la escuela pública”.

Concluyendo que las campañas organizadas en contra de estas leyes generaron varias olas de movilización antigénero que consiguieron aglutinar a movimientos diversos en manifestaciones masivas profamilia.

Qué feminismo necesitamos contra esta ofensiva.

Necesitamos un feminismo que reivindique lo material. Que cuestione las políticas neoliberales, precarizadoras que ahondan en las desigualdades que atraviesan género, clase y raza. Que hable de las mujeres empleadas de hogar, que se parten la espalda cada día. Que hable de las condiciones intolerables de las jornaleras de Huelva. Que denuncie que la pobreza y la precariedad tienen rostro de mujer. Que defienda el derecho a la vivienda y exija dignidad en las condiciones de trabajo de las miles de sanitarias que nos han salvado la vida durante la pandemia. Que no les deje un solo espacio de dolor, miseria e inseguridad para explotar.

En definitiva, un feminismo que impugne el sistema capitalista. Capaz de poner en cuestión un sistema depredador que se sostiene gracias a la explotación de las mujeres. El feminismo no sólo pone en cuestión la familia tradicional, sino a todo un sistema de cuidados y sostenimiento de la vida que recae sobre los hombros de las mujeres de manera gratuita: la reproducción social de la vida. Desde el feminismo se puede y se debe cuestionar este sistema capitalista, que tiene como condición de existencia el trabajo gratuito de las mujeres: que cuidan, alimentan, visten, cocinan, hacen los hogares vivibles y habitables. Sin esos trabajos de cuidados no habría vida, ni fuerza de trabajo para ir cada mañana a producir y generar plusvalía en la fábrica o en la oficina.

Un feminismo que, como dice de nuevo Alabao en este artículo, “no se parezca a las extremas derechas ni en los andares: Ni punitivista, ni transfobo, ni puritano”. Ese es el feminismo que puede volver a convertir a la ultraderecha en un fenómeno social anecdótico y precisamente por eso las ultraderechas de todo el mundo, que discrepan en multitud de cuestiones, tienen el objetivo común de intentar destruirlo.

Tenemos que seguir disputando esta batalla cultural, porque no es sólo importante por lo simbólico o por lo estético. Nos jugamos lo material. Cuando hablamos de ganar el relato, no estamos haciendo una referencia abstracta. Hablamos de que ese relato se traduce en políticas públicas en las que nos va la vida. Ganar posiciones en el relato feminista, construir un nuevo sentido común a través de las movilizaciones, la música, el teatro o el cine, no es una batalla simbólica. Es el instrumento para avanzar en derechos, para forzar políticas públicas feministas.

La ventaja con la que contamos las feministas es que, como dice María Eugenia Rodríguez-Palop en la ponencia inicial a este debate, “en la comunidad feminista el eje central no son los intereses personales, las robustas voluntades individuales, ni los deseos de unos pocos, sino las necesidades insatisfechas y de cuidado que tienen los muchos”. Somos más. No pasarán.

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